Hace unos cuantos años, un actor de dudosa
calidad y rostro marmóreo, en uno de esos sinsentidos que dan forma a la vida,
decidió dar un paso adelante para situarse tras las cámaras. Desde esa posición
ha forjado una carrera de leyenda y se ha convertido en uno de los creadores
más grandes de la historia del cine. Tras los pasos, aunque todavía lejos, de Clint Eastwood, se sitúa Ben Affleck. Con la expresividad de una
maceta y el dudoso honor de haber participado en bodrios como “Gigli” o “Daredevil”, Afflek se
situó en la silla de director y parió su primera película, la excelente “Adiós pequeña, adiós” que recibió
encendidos elogios, merecidos, por otra parte.
Affleck comparte con el maestro Eastwood un gusto por la sencillez. Sus
películas se alejan de artificios, de piruetas visuales y de grandilocuencia
vacía para centrarse en la historia. Además, habiendo sido vapuleados por sus
capacidades interpretativas, su selección de actores siempre está a la altura. Morgan Freeman o Ed Harris podrían compartir su experiencia bajo el mando de ambos
directores.
De esta forma llegamos a “Argo”, la última película de Ben Affleck. Una buena película con una
historia y un trasfondo que rozan la ficción más absoluta si no fuese por estar
basada en hechos reales. Tras la enésima demostración de lo horrendamente
planificada que está la política exterior estadounidense, el Sha de Persia, tirano abolido y
aborrecido por su pueblo, huye a los Estados Unidos que reciben a su aliado con
los brazos abiertos mientras dejan en tierra hostil a su cuerpo de
funcionarios. Tras el alzamiento encabezado por Jomeini, el pueblo iraní busca venganza y toma la embajada de las
barras y estrellas haciendo rehenes a todos cuantos allí se encuentran salvo a
seis personas que encontrarán alojamiento en territorio soberano canadiense.
Sin embargo la protección de la hoja de arce es limitada y la CIA planifica un
rescate. Durante la película se nos muestran los distintos planes de acción
propuestos como una huída en bicicleta a través de quinientos kilómetros de
territorio enemigo o recursos incluso más endebles. Es por ello que cuando el
cinéfilo plan de simular el futuro rodaje de una versión cutre de “La guerra de las Galaxias” en Irán se
plantea como una opción para sacar a los supervivientes, de entre todo el
manantial de ideas descabelladas, ésta parece la más lógica.
Apoyado por dos expertos en la mercadotecnia
que rodea Hollywood, el espía interpretado por Affleck elabora una compleja mentira para promocionar una película
que nunca se va a rodar. Desplazado a Teherán y convertido en productor, los
seis rehenes se enfrentarán a los papeles de sus vidas y deberán simular que
forman parte del proyecto para salir de allí.
La película discurre con brillantez saltando
de Los Ángeles a Irán y de los graves sucesos de uno a las fiestas y el copete
de otro. Todo en “Argo” está rodado
para ponerse al servicio de la trama y que las dos horas de la película pasen
volando mientras esperas a ver como se soluciona tan esquizofrénico plan de
huída. Apoyado por talentos como John Goodman,
Alan Arkin o Bryan Cranston (conocido en mi casa como “el papá de Malcolm” y que ahora está haciendo películas como
churros), Affleck no desentona ni
delante ni detrás de las cámaras.
Recomendable para pasar un par de horas
tirado en el sofá y disfrutar de cine bien hecho, que no es poco en los tiempos
que corren.