Son las cosas de la vida. Ni
pena, ni alegría, simplemente una decepción más, a la que como sportinguista
creo que estoy ya acostumbrado. Con solo cinco minutos ya se veía venir que la
fiesta del fútbol que se había propuesto en Gijón, se iba a quedar en simple
lamento. Mal colocados, con poca disposición y poco rigor, los futbolistas del
club rojiblanco se dispersaron por el campo y se dejaron llevar, no por los
cánticos, la presencia masiva de aficionados o por las ganas de quedarse en
primera. Simplemente se dejaron llevar.
Lamentable el Sporting, en
actitudes y aptitudes. Los jugadores rojiblancos dieron un espectáculo de
balonazos que se estrellaban en la defensa maña una y otra vez. Sin más ideas,
Cases, Castro y Rivera correteaban detrás de Apoño y Lafita con la sana
intención de entrar en contacto con el balón, aunque solo fuera una vez. Arriba
Colunga y Barral estaban desconectados del encuentro y de las Cuevas parecía
estar pensando en otra cosa. Desaparecido todo el partido salvo una jugada.
Como toda la temporada, no es ninguna novedad. Cuando Diego Castro abandonó (o
fue invitado a irse) la nave, se le dieron al alicantino unos galones de
capitán que nunca aceptó y que francamente no ha demostrado merecer.
Así que ese es el resumen. El
Zaragoza es carne de segunda. Sus jugadores son mediocres, sucios y flojos,
pero al menos saben a qué juegan y con la simple movilidad de Apoño, Lafita o un
Aranda convertido en Ronaldo por obra y gracia de Canella y Hernández,
vencieron a un Sporting patético que puso tanto interés en ganar el partido
como yo en pasar la aspiradora al acabar éste. Destaco en el cuadro maño a
Lafita y Postiga, sus goleadores, dos jugadores que no parecen sumar media
neurona entre ambos y que, al menos por televisión, da la sensación que sufren
una extraña aversión al agua con jabón, pero capaces de volver loca a nuestra
limpia y disciplinada defensa.
El árbitro, Teixeira, llego a las
cincuenta faltas pitadas, un número típico de las divisiones regionales, quizá
por ser esa la imagen más acorde con el juego desplegado.
Salvar, lo que se dice salvar, en
cuanto al análisis individual, poco. Juan Pablo sigue metiendo alguna buena
mano y salvando sus actuaciones como puede. Iván está lento y en mi modesta
opinión parece pasado de peso. Eguren dio un gol al Sporting y otro al Zaragoza
en una salida de la defensa en la que el uruguayo cedió un par de metros más
que suficientes al ataque maño. Los laterales correctos, sin más, nada
reseñable. Rivera mal, como sus compañeros de andanzas y correrías por el medio
campo. André no apareció y Cases muy poco. Simplemente vieron pasar balonazos
sobre sus cabezas, balonazos que, como he dicho, no iban a ninguna parte.
Destacar la participación de
Sangoy, capaz de combinar un control magnífico con dos pifias propias de
infantiles, como un pase al hueco a Colunga que acabó en el córner. Trejo
perdió otra media docena de balones y en la jugada previa a la tarjeta de
Rivera decidió no pelear un balón de cabeza ganándose la bronca del manchego.
Nada que rascar, mucho que
padecer. La segunda división es una realidad y pobre del que quiera negarnos lo
contrario. El equipo está roto, mal formado, peor dirigido, y pobremente
rematado. Algunos piensan en hacer las maletas, pero ¿dónde está el
deslumbrante de las Cuevas? ¿Y el goleador Barral? ¿Y el central y los
laterales internacionales?
La segunda vuelta del año pasado
parece cada día más haberse convertido en un espejismo. Ahora a planificar la
temporada que viene, porque el final de esta va a ser muy duro.