miércoles, 30 de octubre de 2013

POR Y PARA NIÑOS



Cuando uno ronda ya una edad en la que el pelo se torna escaso y mal repartido, las arrugas ya no son líneas de expresión y el reflejo en el espejo te muestra una imagen distorsionada del otrora atleta que fuiste, es cuando se valoran cosas que antes no valorabas y cuando te das cuenta que existe un amplio salto del niño que fuiste al adulto que eres.

La memoria selectiva ayuda y de alguna manera el subconsciente traicionero tiende a tomar apego a lo malo. Recuerdas con viveza el castigo y el palo, el error como método de aprendizaje. Eres consciente más de tus defectos que de tus escasas virtudes y echando la vista atrás los errores brillan más que los aciertos.

Y es una pena.

Como entrenador del club campeón de la liga de fútbol del distrito de Kenmore-Tonawanda para menores de seis años, el tratar de educar a estos chicos en el amor al balompié ha sido una muy grata experiencia. En un principio me lo tomé como un entretenimiento y como un aprendizaje del idioma al nivel que solo un niño puede enseñarte. Los cambios de conversación, la imaginación, la desbordante verborrea de los niños ayuda a que tu cerebro comience a comprender mejor el idioma al que has de adaptarte. Además no les duele corregirte y lo hacen con extrema dureza. De esta manera, mientras yo me aplicaba en enseñarles a pasarse el balón, ellos se empeñaban en seguir siendo lo que deben ser.

Unos niños cabroncetes. 

Pero son niños al fin y al cabo y como mencioné previamente, entre todas las gamberradas y barbaridades que ocuparán su memoria en años venideros no habrá espacio para la bondad, aprendida o innata, de un niño.

Todo este rollo viene a colación por la frase que, sin que sirva de precedente, le entendí a la primera a uno de mis chicos. Reconozco que me cae especialmente bien. Hiperactivo, con una imaginación desbordante. Cara de pillo y orejas de soplillo. Fan de los Transformers, de Batman, de las Tortugas Ninja. El benjamín del equipo. Un niño que me dijo que gracias a sus nuevas botas de fútbol podía correr a hipervelocidad pero que le costaba parar. Un crack como niño que me dio una lección como persona.

Estábamos ganando un partido con bastante tranquilidad y él estaba en el banquillo cuando me llamó para contarme una historia personal. Llevaba varios días encontrando dinero. Un dólar al día. Supongo que sus papás colaboraban de alguna manera en este súbito aumento de la renta per cápita de Buffalo. Me dijo que ya tenía tres dólares en la hucha y yo, agarrado y amante de contar monedas como el Tío Gilito me imagine al niño abrazado a un cerdito de porcelana, feliz por el incremento de su poder adquisitivo. Así que le dije lo obvio.

Ahora te podrás comprar juguetes

Y él me respondió lo más lógico para su preclara mente.

Lo estoy guardando para los niños que no tienen nada

Los segundos de silencio que siguieron a su respuesta me sirvieron para almacenar tamaña lección de humildad y bondad en el rincón de la memoria donde tengo escondidas las cosas importantes de la vida. Justo en medio de “Espera dos horas después de comer antes de bañarte” y “Cuando seas calvo del todo no intentes la misma treta que José Oneto”. 

Justo en este momento de la vida en el que los más pobres son más pobres y el resto miramos al vacío con la esperanza de no caer en él, viene un niño de la capital del capitalismo y me pasa por los morros una lección vital. Decía mi compañero Qiuyin (al que critiqué sin base y que me demostró ser una excelente persona) con esa sapiencia y esa filosofía que solo viene de oriente, que la vida es aprender y que cualquiera te enseñará algo porque siempre hay alguien por encima de ti en algún campo.

Qué razón tenía.

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