domingo, 16 de noviembre de 2014

FORGO EL DRAGÓN






(Hoy vuelvo con la sección CUENTOS, que tenía harto olvidada debida a la baja calidad de los mismos y al poco éxito. Pero he pensado "qué mierda, si este blog no lo lee nadie". Así que para adelante con más cuentos. El dragón de la imagen ha sido dibujado por alguien llamado Sandara, especialista en el tema draconiano. Empecemos)

No nos equivoquemos. Forgo era un dragón.

Mandíbulas poderosas y unos colmillos curvados coronaban su cabeza de dragón. Un tronco robusto y una patas fuertes terminadas en terribles garras constituían su cuerpo de dragón. Una cola larga y puntiaguda cubierta de escamas duras como el acero terminaban de darle su forma de dragón. Y por si fuera poco, escupía fuego. Precisamente como hacen los dragones.

En las reuniones de dragones que tenían lugar cada último viernes de cada mes, Forgo discutía con sus más allegados sobre las vicisitudes de la vida de dragón. Los campesinos embravecidos, los caballeros, los tesoros y las princesas. Pero ante todo el oro que parecía fijación y única meta de cada dragón allí presente. Forgo mentía cada último viernes de cada mes. Empapado de literatura contemporánea acerca de malvados dragones, su vida era un continuo relato de las andanzas de otros más fieros. Es una suerte que la mayoría de dragones no sepan leer, pensaba Forgo. De no ser así, su ridículo estaba garantizado.

Así que la vida de Forgo saltaba de aventura en aventura para pasmo y deleite de sus compañeros. Un día era un dragón del que manaba sangre inmortal. Al otro su caverna repleta de oro era invadida por un pequeño enano parlanchín. Y al otro resultaba que reunir siete bolas de extraños colores le obligaban a conceder un deseo a su portador. La vida de Forgo era un ajetreo. Y sin embargo Forgo no era un dragón como los demás y el oro era la última de sus preocupaciones. Sí que secuestraba princesas. Estaba en su mismo ser el hacerlo y negarse a tu naturaleza es algo complejo. Pero no lo hacía por avaricia o maldad. Forgo necesitaba un público que valorase su talento, pues el dragón de esta historia era un amante de la música. 

Acompañado por una lira de adecuadas dimensiones, forjada por un maestro que Forgo raptó décadas atrás, nuestro dragón daba unas serenatas imposibles a cuanta princesa se atrevía a secuestrar. Su lírica era dudosa y su tono bestial. Pero es un dragón de lo que hablamos, no sé qué os esperabais.  Forgo lo intentaba. Afinaba su instrumental, bebía religiosamente cada mañana doscientas cuarenta y seis claras de huevo (sin sacarlas previamente de las gallinas que los contenían) y hacía sus ejercicios de respiración para evitar que el combustible y el comburente que manaban de su garganta hicieran cenizas a su futuro público. Luego ensayaba frente al espejo. Ensayaba y ensayaba hasta que se consideraba listo. Secuestraba a una princesa, puesto que se les considera ejemplo de buen gusto, amor por la música y saber estar, y la deleitaba con sus canciones, sinfonías y hasta alguna opereta en dos tiempos que había compuesto años atrás.

Pero las princesas humanas no adoraban su música draconiana. Gritaban, chillaban y pataleaban. Algunas hasta pedían con voz en cuello que las hubiera secuestrado uno de esos dragones que te abandonan en oscuras mazmorras rodeadas de esqueletos. Con ese panorama, raro era que, más temprano que tarde, no se presentara algún guerrero de un país vecino. Forgo simulaba batalla sin cuartel, aburrido de sus tareas como dragón y cedía a su cautiva con cierta desgana. Que ninguna princesa transmitiera la historia del dragón cantarín no es misterio. Serenatas a cientos con voz de dragón son capaces de causar la amnesia más permanente al más pintado. Así era que las princesas liberadas solían presentar síntomas de un estrés post traumático tal, que Forgo era considerado uno de los más crueles dragones en los pueblos cercanos.

Pero la vida de Forgo iba a cambiar. A su caverna se acercó un día un señor feudal. Impermeable al buen gusto, a la música y a las artes en general. Aquel noble venido a más escuchó el cantar de Forgo desde la distancia y en lugar de dar media vuelta se acercó a la fuente de tal ruido. Hubo de hacerlo a pie pues su caballo se negó a seguir. Por temor, pensó él sin percatarse que el equino trataba de taparse las orejas con las patas de atrás. Llegó el señor feudal a la puerta del hogar de un Forgo inmerso en su poco valorado arte. Cruzó la terrible entrada y observó a Forgo sumergirse en una sonata de Lira. Primero Forgo cantó que el amor es solo un sentimiento. Luego continuó con una tonada sobre un primo suyo del norte que tiene la escama de un pez, y que vive dentro del río donde nadie lo ve. El noble le interrumpió con preguntas de noble que poco tenían que ver con la música.

"¿Dónde está tu tesoro, dragón?" Le dijo. Forgo se sorprendió de ver al pequeño bruto cubierto de cota de malla y sin una gota de temor.

"No tengo oro" respondió Forgo, "Salvo el que acompaña mi voz" dijo sin una pizca de vanidad.

"Deberías tener oro por toneladas, pues eres dragón" Dijo el noble fraguando un plan innoble en su mente de noble.

"No lo quiero. No lo necesito. Solo el arte hincha mis pulmones, alza mis alas y llena de tesoros mi cueva"

"¿Arte? ¿Qué arte? ¿Te refieres a tu cantar?" dijo el señor feudal con sorna. "No es arte si nadie lo escucha".

"Bien sabes mi problema" Asintió un triste Forgo.

"Una solución tengo para tal cuestión" comentó sonriendo el noble.

A la mañana siguiente, quince hombres cargados de oro llegaron a la cueva de Forgo. El señor feudal que ya conocemos reunió a los más estúpidos, crueles y avaros y les ordenó taparse los oídos. Pese a no molestarle la música del dragón, pues su alma estaba vacía de toda belleza y era incapaz de amar cualquier forma artística, el noble señor no era un iletrado total y comprendía que Forgo no era lo que se puede considerar un artista ni su voz algo digno de escuchar.

"Te traigo oro. Y público. Guarda mi oro y te traeré más de ambos" dijo él. Forgo tampoco era estúpido. Sí vanidoso, pero no idiota. Necesitaba una prueba del valor artístico de su transacción.

"Está bien. Sentaros ahí que voy a empezar" Comenzó su actuación con la historia de un bajel amarillo que surca las aguas por debajo de ellas. Una composición de tono futurista de la que estaba muy orgulloso. Continuó con la historia de un hombre lobo que habitó Lutecia y concluyó con un sainete con baile en el que movía alas y cola como si fuese un vulgar gorrión. Al terminar su actuación, el noble dio la señal acordada y todos aplaudieron como locos. Todos salvo el más estúpido, que cometió el error de quitarse uno de los tapones por un picor de oreja y no ha vuelto a ser capaz de articular palabra.

Cada semana se repetía la escena. Decenas de sacos de oro y público expectante. Pocas veces había sido Forgo tan feliz y prolífico. La caverna estaba inundada de colores dorados pero nada brillaba tanto como su talento. Pasaron los meses entre canciones nuevas y antiguas. Serenatas de una hora sazonadas con bises y clamor que Forgo recibía con emoción. Pero la felicidad de un dragón es efímera. Y más si es un dragón cantante.

Las visitas del noble, cuando éste las hacía en solitario, no iban acompañadas de ninguna clase de concierto. El noble le dijo una y otra vez a Forgo que él no era capaz de valorar su arte y que por ello no necesitaba escuchar canciones. Quizá fuese la única verdad que le contó nunca al dragón. Eso sí. En cada visita una buena cantidad de oro desaparecía para no volver y con el tiempo el noble perdió su planta de noble pareciendo pesarle los días de orgías, vino y fiestas pagadas con el oro de la cueva de Forgo.

Pero una noche en que la luna llena iluminaba la cueva, Forgo recibió visita inesperada y con nulo interés musical. Portando antorchas y armas por cientos, la aldea vecina se plantó ante él, lista para la lucha. A la cabeza de la enfurecida manada humana estaba un noble de sobra conocido. Sudoroso y con voz temblorosa apuntó su dedo a la cueva de Forgo.

"Ese es, y no yo, el que os roba el dinero que ganáis con el sudor de vuestra frente"

Forgo miró sorprendido desde la entrada de su cueva.

"Ese y no yo es el que os causa las penas" continuó.

"Yo solo os cuido y os protejo de todo mal. Robaros ni se me pasó por mi mente. Soy un noble de nombre, cuna y facto. No me hice noble por un dinero que no necesito ¿cómo iba yo a robaros, pobres e iletrados campesinos? "

Los aldeanos famélicos, tristes y desesperados cargaron con frenesí hacia el que tomaron como fuente de sus problemas. Guiados por la misma mano que les robaba el futuro a sus hijos atacaron la cueva de Forgo.

Y cómo acaba la historia, diréis ¿Tanto rollo para un solo párrafo final cuando llega el momento de la cruenta batalla entre Forgo y una aldea enardecida? ¿Acaso te crees Peter Jackson y ya preparas la trilogía de Forgo el dragón en DVD con versión extendida? La explicación a este abrupto final es sencilla. Solo tenéis que pensar por un instante cuantos dragones cantarines conocéis y cuantos nobles ladrones, que no ladrones nobles existen. Unid los puntos y ahí hallaréis la solución al dilema de cómo acaba esta historia. Tendremos que aceptar que el amor por el arte y la canción siempre palidecerán ante la corrupción. Por múltiples razones. Porque siempre han existido y existirán engañadores y engañados. Porque los malvados sin alma y corazón acumularán oro en sus cuevas y luego culparán al dragón, o al cielo, o al sol. Porque eso ha sido así, ayer, hoy y siempre, y ya nadie queda, más que yo, que sepa de la triste historia de Forgo el dragón.

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